martes, 27 de diciembre de 2016

Manos frías.

Vuelve a ser invierno
y te quejas de mis manos,
que estoy muerto dices,
es cierto,
pero tú, mi doctor Frankenstein,
eres mano que activa la palanca
y rayo que alcanza mi cuerpo.

Voy a estar aquí cuando tengas miedo
porque estén las luces apagadas
y no puedas ni verme de lo ciego que estás,
y a pesar de que esté nublado por dentro
y truene y llueva
y mastiques granizo,
mi sexo será la clave
que disipe los cúmulos de ira contenida
y mi amor será el testigo
que se cubra los ojos con las manos
y susurre
que de este salto mortal

no sobrevivo.

Me he sentido uroboros,
adicto al dolor
de comerme por los pies,
malgastando el veneno de mis dientes,
masticando amores nonatos
en busca de tierras muertas
de alimento para el alma.

Noto la tensión del mundo
cayendo en picado
por la montaña rusa de tu ombligo
y levanto las manos,
porque si no te rozo las pestañas
no merezco la pena.

Y vuelven las bandadas de murciélagos
para recordarme que dormir
colgado de los tobillos
no tiene precio si despierto a tu lado,

y vuelve a correr la sangre por mis dedos
cuando me entierras en tus labios,

y vuelve ser invierno
y te quejas de mis manos congeladas
y me rió por dentro
y te beso
y me duermo


y me descongelo.


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