miércoles, 28 de febrero de 2018

El bicho, el hombro y el tarro.

El bicho sueña entre hojas

esperando a la nada.
Vive en un tarro de cristal,
sin dinero ni mano
que se haga pasar por un antiguo dios.

Duerme entre las cuatro estaciones
deseando despertar
con un beso en la mejilla.
Rompe sus antenas,
una con miedo
y la otra sin valor.

No vuela porque arrancó sus cuatro alas,
además,
él vuela en mí.
No muda su piel
si no se la he besado antes.

Y ahora dice que siempre es de noche.

El bicho viaja en su tarro
decorado con cristal tintado
con el humo de un cigarro
para que el miedo no le encuentre.

Él come y me come por dentro,
se va de excursión desde mi ropa
hasta mis entrañas.
Él acumula su veneno
porque nunca supo picar bien
y aún tiene la coraza rota
porque nunca supo olvidar bien.

Soy adicto a su roce
y alérgico a su zumbido,
porque él vuela en mí.

Él vuela en mí y aspira
a mudarse a mi hombro,
pero tiene miedo a decirlo.

Empaña su tarro de cristal
con la esperanza de un mañana mejor,
lo que no sabe, es que él,
es mejor que cualquier mañana.

Vivo atado a un cristal de aire
Que nunca sopla, que nunca pide
permiso,
paciente y mortífero,
callado y sencillo.
Cristal con vida que lleva mi corazón,
Tú, que vuelas en mí
que eres maldito y afortunado,
tú que vuelas
insecto sin sentido,
vuelas siempre,
como un helicóptero sin aspas
como un avión sin piloto
como un tábano descerebrado,
vuelas siempre,
vuelas en mí.

Yo, bichejo, solo sé volar contigo.



sábado, 17 de febrero de 2018

Desde los temblores

Cuando bajes, temperatura,
y se congelen hasta los grajos,
abriré mi espalda
te diré que no tengas miedo.

Te preguntaría qué cojones haces en la montaña 
si en mi pies siempre hay sitio para temblar.

Iríamos al paseo de la vergüenza
que inauguré a los dieciséis
volvería a verme imberbe y desdibujado,
volvería a vomitar en cada esquina
y al callejón oscuro donde me comieron la polla,
volvería a morirme de risa en las puertas de los bares.

También te sentaría como testigo
y me sacaría las muelas una por una.
Me someterían a un juicio popular
donde declararme culpable
de no haberte dado la mano antes.

Cortaría mi mano congelada
para derretirla a la luz del sol.

Quiero que veas el mundo,
que comas barro y cielo,
que cambies de color
que te esnifes las cenizas
de un volcán que nunca se corrió.

Cuando baje la temperatura
huirán todos los ríos asustados
a un mar sin nombre,
fin del cuento para mi,
fin del cuerpo para ti.

Pero volverás con mi rabo entre tus piernas
y los pulmones llenos de escarcha roja.
Porque para entonces el frío seré yo,
viviré en tu aliento para siempre
y en mis pies solo quedará sitio para temblar.





sábado, 10 de febrero de 2018

El árbol, el brujo y el armario.

Este eres tú,
lleno de gracia y de deudas
contigo mismo.

Una porción de muerte
descansando en un camastro de vida,
una guerra constante
en un televisor antiguo.
Una carta de ajuste en cada ojo
y un dedo meñique esperando
a una señal que nunca llega.

Este eres tú,
un árbol tatuado con las iniciales
de las parejas
que nunca se casaron a su sombra.

Un árbol que se tropieza con su propia raíz.

Una pequeña cáscara de huevo
masticada como si no fuera verdad.
Una broca girando en la rodilla,
una puerta en la boca
que se tragó su propia llave
y ahora no se cierra.

Este eres tú,
una mirada furtiva y desfasada
en una sala llena de nadie.
El crujido sin motivo
en un lugar perdido de tu imaginación
a las tres y treinta y tres de la mañana.

Un despertar desesperado de la siesta
que no sabe si comer,
desayunar
o masturbarse hasta volver 
a navegar con Caronte.

Este eres tú,
la cara pintada de calma
mientras los nervios te muerden los pies,
pero te duele más el amor
a las causas perdidas.

Este,
este eres tú,
lleno de luz y penumbra,
de honor y deshonor
en un camastro de musgo y nieve.