viernes, 5 de febrero de 2016

Belonefobia.

He visto tantas salas de espera
en los dos últimos años
que he decidido autodiagnosticarme
y vender al mayor postor mis cinco sentidos.

Puedo vivir sin ojos,
sé de memoria todos mis huecos
y tengo matrícula de honor
en el sexo de mis desamores.

He olido recuerdos
que no tenían billete de vuelta
y si quisiera una nariz
sería para enterrarla en tu cuello
y así poder darle el descanso eterno.

Conozco todos los sabores del mundo
pero ninguno se compara al tuyo
te has impuesto, con tus besos de buenas noches
a cualquier postre de alta cocina.

Toqué tantas pieles
que llegué al nirvana con solo rozarte,
y ya no quiero estos oídos fieles
sino es para escuchar tu voz y saber que estás aquí.

Qué lipotimia más dulce me provocas,
que se quite la morfina donde esté tu saliva,
no quiero besos de ángeles que no tengan tu cara,
ni rayas que no me lleven a ti.

Adelante, aquí estoy,
tirado en el suelo,
tumbado, tomando tu sol.
Súbeme las mangas,
búscame la vena que más te guste,
te la regalo.

Venga, clava la aguja,
no tengo miedo,
no existe aprensión alguna,
si me desmayo no me haré daño,
te recuerdo que estoy en el suelo
y no encuentro mejor sitio para vivir
que no sea por debajo de tu ombligo.

Rompe la piel, por favor,
atraviesa,
mata,
absorbe la sangre
y devuélmela contigo dentro,
corre(te) por mis venas
y depura cualquier indicio
de quienes han ensuciado las arterias antes.

Vuélvete la tinta de mis tatuajes,
el acero de mis piercings,
la vacuna del hastío,
el marrón de mis ojos
y el rubor de mis mejillas.

Quiero patentar mi necesidad
de tocarte el pelo por las noches,
ponerle tu nombre al medicamento
y tener la receta de por vida.

Volverme inmune me aterra
y la única solución, cariño,
es morir de sobredosis
por ti.