martes, 11 de septiembre de 2018

No, nunca, nadie.

Hay un gorrión pudriéndose en la acera de mi calle
porque el cielo, cansado, dejó de sostenerle.
Él no lo quiso, nunca, a nadie.

Un gusano recibe la vida de la muerte,
bienvenido a tu nueva vida, este es mi vientre
y tú, parásito, mi amor.

Siempre será demasiado tarde para la vela que titubea
sin saber dejar crecer su llama o mantenerla a raya,
porque la boca de un niño pequeño está llena
y no dudará en soplar solo por saber,
si algún día, su sueño se verá cumplido,
y tampoco dudará en olvidarlo
por otro sueño mejor
el año que viene.

Ahora ya no quedan migas de pan
ni cielo que regale la lluvia que las moje,
porque el viento ha decidido robarme
hasta el último aliento.

Y corro en todas direcciones y ninguna,
choco mi frente contra mi frente
en un círculo de espejos
que a veces son curvos y me acogen,
otros son deformes y me invitan a la incomodidad
y otros , finalmente, están rotos
porque choque mi frente contra ellos,
solo por saber si la suerte estaba de mi lado
y me rompía yo antes.

Yo, no, nunca, nadie.

Y se giró el tiempo, se volvió un bucle
como una cadera con forma de mariposa,
que se cree que puede volar
y lo intenta durante años,
para que al final acabe rota.

Aquí hay más sangre de la que puedo contar,
a pesar de que hoy los coágulos adornen mis orejas
como pendientes que duelen
y pinten mis labios
que todavía sigo mordiendo desde que me salieron los dientes.
Y hagan de la sombra de ojos que desean los hombre
con la boca cerrada a base de puñetazos
porque nunca tuvieron cojones
a coger un pincel y ser felices.
No, nunca, nadie.

Qué más da, si el gorrión ya no sangra
si a nadie le importa,
porque nunca fue,
no, nunca, nadie,
Si el gusano está vivo o muerto,
si solamente está dormido
o se lo hace.
O si choco mi frente contra mi frente,
si me pinto de mi,
o maquillo las heridas con sangre.

Qué más da,
       si no,
               nunca,
                     nadie
                          pregunta.