jueves, 26 de enero de 2017

Confesiones de un corazón desequilibrado

 "Ahí estabas tú, con la sonrisa de un niño 
que aún no ha terminado de crecer,
inmerso lo que suponía un nuevo viaje".
Sofía Reguillos.

Esta mañana he abierto los ojos
y no me he encontrado en el espejo de mi baño.
me he frotado los párpados,
como si pudiera transformar la realidad,
pero no, no era yo,
era un chico moreno,
de ojos grandes y pupilas más grandes aún,
me recordaba a alguien,
pero no, no era yo.

Se ha lavado la cara un desconocido
con mis propias manos.
Se ha bebido un café con mi nombre que sabía a rutina,
me ha robado dos cigarros el muy cabrón
y se los ha fumado en honor al vicio.

Yo observaba el encanto salvaje de sus palabras
mientras él decía que el encanto
residía en los silencios y las palabras que callamos
y nadie encuentra.

Miré a mi izquierda y encontré el objetivo,
miré a mi derecha y encontré el fin
y en el centro
un destello del presente
a punto de morir
junto con todas las veces
que abrí los ojos
para dejar de reconocerme.

No, no recuerdo en qué momento 
me convertí en el iceberg 
para dejar de ser transatlántico,
porque puedo concebir un giro del camino
pero no un camino sin rumbo.

Y aquí me planto
de cuerpo presente y corazón
vete tú a saber dónde,
en mitad de un punto de inflexión
exudando todas las malas decisiones
por las que un día creí saber nada.
Ahora voy a hacer apología de todo
lo que me duela por dentro,
seguir la causa perdida,
es decir,
partir de cada recoveco
que empezó siendo una caricia
y terminó en un bloqueo integral.

Porque con razones me he asomado
a la boca del abismo
y esta me ha hecho tal mamada
que me ha absorbido las mismas
junto con mis ganas de seguir.

Y es que la paciencia significa
re(a)postar con gasolina y agua,
pisarle al motor en quinta
y esperar a que este ronronee

"Por favor, písame más fuerte, que si lo haces tú,
nunca me acabaré".