martes, 21 de abril de 2015

El rey de Roma

Ahí estaba él,
sobrevolaba nubes y estrellas,
pues allí, tan alto,
nunca chocaría con nada.

Le vi pintando su capa a rayas y poniéndose coronas de laurel,
ahora lo entendía,
ahora lo sé,
la sensación de estar estar entre la espada y la pared.

¿Pero quién le dijo al Rey que por las noches ya no hacía frío?

Y Esparta, impaciente, abrió la caja de los deseos,
quemó tierras y ansias relamiéndose los dedos

Y una vez caído el rey de Roma,
no quedaban ni capas ni coronas,
y Esparta temerosa
huyó de la zona.

¿Y quién le dijo al rey que su vida se había acabado?
¿Y qué le hizo Esparta
para que gritase todo lo que se había callado?

La fiera se había desatado,
el rey dejo sus estrellas
y empezó a coleccionar corazones estrellados.

Y vivió cien cuentos y cien finales felices
esperando ese momento,
mientras Esparta, sigilosa,
siempre en guerra,
siempre alta,
siempre igual,
miraba a su rey con orgullo.

Ya no hay capas ni coronas,
solo metas para el rey,
y Esparta, que le conocía, lo sabía,
iba a alcanzarlas todas.


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